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María Victoria Baratta
María Victoria Baratta
es Investigadora del CONICET con sede en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”. Doctora en Historia por la la Universidad de Buenos Aires; docente de Pensamiento Argentino y Latinoamericano en esa misma casa de estudios.
Ha realizado estancias de investigación posdoctoral en la Universität zu Köln, Alemania y en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Prólogo
Ignacio Telesca
¿Desde cuándo podemos constatar la existencia de una identidad nacional argentina? Lo que sería próximo a plantear la pregunta por el origen del Estado-Nación argentino. Ciertamente el debate podría ser eterno pero un punto de inflexión, sin lugar a duda, es la concreción del primer censo de la República Argentina en 1869. Un censo que había sido ordenado su levantamiento, por ley, en 1862, siete años antes.
Pero la batalla de Pavón, en septiembre de 1861, era todavía reciente. Es más, ni siquiera aún las fuerzas federales comprendían por qué Justo José de Urquiza había abandonado el campo de batalla dejándole la victoria a Bartolomé Mitre. No sólo la victoria, también una organización administrativa que ya tenía carácter de nacional en la cual una estructura censal pudo armarse.
Pavón, Primer Censo, Estado-Nación constituido ya para 1880, la migración europea. Hitos de una narración historiográfica sin mayores sobresaltos; dos décadas de consolidación identitaria nacional.
Sin embargo, este relato suele pasar por alto, o sin detenerse lo suficiente, en la guerra más importante que haya enfrentado a naciones vecinas en el continente americano. Nunca murieron tantos soldados argentinos en una guerra, ni brasileños ni –mucho menos– paraguayos.
Una guerra que durante cinco años (1864-1870) enfrentó militarmente a Argentina, Brasil y Uruguay (la Triple Alianza) contra Paraguay, y que luego se continuó con la ocupación por parte de Brasil y Argentina del Paraguay hasta 1876.
Para 1869, cuando ya se había ocupado Asunción, el Censo se refería al Ejército de Operaciones en el Paraguay con una población de 6105 varones y 171 mujeres.
¿Puede ser que este acontecimiento bélico no haya influido en la conformación identitaria nacional? Si la respuesta es positiva, ¿cómo se dio este proceso?
La obra de Victoria Baratta precisamente aborda estas preguntas y las responde utilizando, no únicamente, la prensa existente en esos años en todo el territorio argentino. No sólo la porteña, sino de cada una de las provincias.
Es un trabajo sobre las elites letradas, pero que también incluye el estudio de memorias, de álbumes fotográficos, de las coplas cantadas. Además de comprender qué se decía en los centros urbanos, intenta tocar qué pasaba por la mente de los que estaban en el frente de batalla. ¿Qué sentimientos identitarios afloraban? Y también de los que no iban, de los que se negaban, se rebelaban. ¿Por qué lo hacían?
Al mismo tiempo, toda construcción identitaria se refiere, se relaciona con un ‘otro’, en este caso Paraguay, pero Brasil no quedaba al margen.
Lo que Paraguay representaba para un catamarqueño o para un jujeño no era ciertamente lo mismo que para un correntino o para un entrerriano. La imagen que se representaba desde la prensa porteña era por demás denigrante, no sólo del Mariscal Francisco Solano López sino también de la población misma. El primero, un tirano sediento de sangre; el segundo, marcado por el servilismo y la obediencia absoluta heredada de los jesuitas. Ejemplos sobran, pero un botón puede servir de muestra. Domingo Faustino Sarmiento, siendo ya presidente de la República, le escribe una carta a la educadora Mary Mann el 12 de septiembre de 1869 (un mes después de la masacre de Acosta Ñu): “No crea que soy cruel. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana” (Cartas de Sarmiento a la Señora María Mann. Publicación de la Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1936, p. 132).
Aunque Paraguay había reconocido su independencia en forma absoluta en 1813, las Provincias del Sur no se la reconocerían sino recién en 1852, tras la batalla de Caseros, en que Rosas cae derrotado.
Este reconocimiento trajo aparejado la libre navegación de los ríos y el Paraguay experimentó un despegue económico; venía de cuatro décadas de un comercio clausurado. Las materias primas que se exportaban no competían en gran medida con los productos argentinos, aunque sí la manera de explotarlas. La yerba mate, el producto estrella, era monopolio estatal, al igual que la explotación de las maderas nobles. Que no pudieran entrar capitales extranjeros en esta explotación generaba resquemores. Es comprensible que los dueños de capitales (sean argentinos, ingleses, brasileños o de otras banderas) procurasen abrir ese ámbito económico. Esto daba ocasión a que se proyectase la figura del presidente Carlos Antonio López como de un dictador patrón de estancia con una población que la rendía pleitesía.
Visto a la distancia, da la impresión de que ya Paraguay era demasiado independiente. Mientras permanecía encerrado en sus fronteras, no generaba mayor interés económico; una vez abierto al comercio internacional, no daba todo lo mismo.
Cuando las fuerzas paraguayas ocuparon Corrientes en abril de 1865, las imágenes peyorativas sobre el Paraguay se incrementaron con el añadido, ahora, de haber ultrajado el honor, el orgullo, el suelo argentino. La dicotomía paraguayo-argentino fortaleció la construcción identitaria argentina.
Brasil, aunque formaba parte de la alianza, era también un ‘otro’ que ayudaba a consolidar una identidad propia. Desde tiempos coloniales los incidentes, y más que eso, con los portugueses primero y con el imperio del Brasil después, eran frecuentes. Sin embargo, ésta era la primera vez que la relación era con una república unificada. Al igual que con el Paraguay, no todas las regiones del país tenían la misma experiencia sobre el Brasil. Las provincias del Litoral habían sufrido los embates desde el otro lado del río Uruguay. De hecho, y claramente nos los muestra Baratta, el principal argumento de los que se oponían a la guerra era precisamente por la alianza con Brasil: un imperio esclavócrata.
La cuestión de la construcción identitaria argentina durante la guerra contra el Paraguay es el aporte original de esta obra y más aún con las fuentes utilizadas. En la guerra participaron habitantes de todas las provincias detrás de una idea de nación y en esas provincias también se manifestaban a favor o contra esta guerra, durante y después de la misma. Las elites letradas a través de la prensa, los oficiales y soldados a través de las memorias y cartas, con sus versos y coplas. Las misas y las bandas musicales jugaron su rol en la idea de aunar detrás de una bandera personas provenientes de tan diferentes lugares. Los momentos de no combates, que muchas veces se prolongaron por largos meses, daban la oportunidad de crear esos espacios de sociabilidad, tan caros a la historia política, tan reales en momentos de guerra. De igual manera los hospitales de campaña, las enfermerías, creaban situaciones para el compartir, más no sea el dolor y la muerte.
No sólo este texto nos muestra las ideas que circulaban alrededor de la identidad sino que se sumerge en los diferentes espacios en donde este imaginario comenzaba a crearse.
El contexto de la guerra está resumido en el capítulo uno, intentar comprender las causas, los desencadenantes y el desarrollo esos cinco años de combates más los de seis de ocupación (otro punto a destacar, ya que no interrumpe en el 1 de marzo de 1870 sino que prosigue, porque si la guerra es otra manera de hacer política, la ocupación política fue otra manera de continuar la guerra).
Sin embargo, algo que llama la atención es el Anexo que se incluye en el libro: la transcripción del tratado secreto de la triple alianza firmado el 1 de mayo de 1865. Se podrían haber llenado volúmenes y volúmenes con anexos, pero la autora incluyó uno, sólo uno.
Es que el tratado es un documento fuerte, fortísimo. Un documento que estipula que el mismo quedará secreto (art. 18) y que no necesita autorización legislativa para su ratificación (art. 19). ¿Qué es lo que se necesitaba tanto ocultar? La constitución de la alianza era clara (art. 1), no hacía falta esconder; que la guerra se hacía contra el gobierno y no contra el pueblo (art. 7), pues era mejor dejarlo claro ante todas las naciones y pueblos; que no terminaría la guerra hasta que López deje el poder (art. 6), parecía hasta lógico. Es más, los aliados se obligaban a respetar la independencia del Paraguay (art. 8 y 9) como para que nadie se animara a especular con una posible anexión o repartija por parte de los aliados. El tema de los gastos de guerra podría sonar feo, pero era lo habitual, sobre todo teniendo en cuenta que desde el Paraguay se atacó a ciudades de Brasil y de Argentina. ¿Entonces? Entonces el artículo 16 resalta como diamante de anillo. ¿De qué se trata? Pues de que los aliados exigirían al gobierno del Paraguay (ya vencido) la celebración de tratados definitivos de límites con cada uno de los gobiernos aliados (entiéndase Argentina y Brasil puesto que Uruguay no tenía límites con Paraguay).
Ciertamente, el tema ‘límites’ era una constante durante el siglo XIX de todos los nuevos estados americanos (y hasta el siglo XX, si tomamos en cuenta el tema del Beagle). El gobierno de Carlos Antonio López no pudo saldar este asunto ni con Brasil ni con Argentina durante su gobierno.
Cuando la Confederación reconoció la independencia del Paraguay se firmó un tratado de límites (el Tratado Varela-Derqui) en julio de 1852. En el mismo se estipulaba que el río Paraná sería uno de los límites (art. 1) y por otro que el río Paraguay pertenecía de costa a costa al Paraguay (art. 4) por lo que el límite sería el río Bermejo navegable por ambos estados (art. 5).
Este tratado nunca llegó a efectivizarse porque no fue ratificado por el congreso argentino. Sin embargo, se puede vislumbrar cuáles se pensaba que podrían ser los límites entre ambos estados.
Vayamos al artículo 16 del tratado secreto, en lo que toca a Argentina: “La República Argentina quedará dividida de la República del Paraguay, por los ríos Paraná y Paraguay, hasta encontrar los límites del Imperio del Brasil, siendo éstos, en la ribera derecha del Río Paraguay, la Bahía Negra”. Cuando miramos el mapa y notamos que entre el Bermejo y la Bahía Negra hay mil kilómetros de distancia ya empezamos a comprender porque el tratado tenía que permanecer secreto.
Llama la atención igualmente el por qué de ese pedido territorial tan grande cuando la Argentina apenas si había atravesado el río Salado (Recordemos que Reconquista recién se funda en 1872). El territorio reclamado estaba ocupado por los pueblos indígenas desde tiempos inmemoriales y si algún Estado había osado adentrarse éste había sido el paraguayo con sus fuertes en la hoy provincia de Formosa o su intento de colonización en Nueva Burdeos en 1855.
No es fácil comprender esta cláusula por parte de Argentina salvo que buscara una razón para embarcarse en esta guerra más allá de limpiar el orgullo herido por la ocupación paraguaya de Corrientes. Sin embargo, su cuerpo diplomático no estaba lo suficientemente convencido o preparado para defender esta moción puesto que al final, de todo ese territorio pedido sólo consiguieron la franja entre el Bermejo y el Pilcomayo.
Es muy simbólico añadir como anexo solamente este tratado secreto. Una manera de señalar que para comprender los inicios de esta guerra se debe comenzar por la lectura atenta de este documento.
La obra de Victoria Baratta se presenta así como espejo de la de Luc Capdevila (Una guerra total: Paraguay 1864-1870) quien estudia cómo la guerra modeló y marcó la identidad del Paraguay hasta nuestros días. En Argentina su peso fue infinitamente menor, apenas si se estudia en las escuelas y universidades, a lo largo del siglo XX (y hasta se podría sospechar que ese ocultamiento también forma parte de la identidad ausente, no asumida); sin embargo, en el momento en que se produce su importancia fue capital.
No se entiende la guerra de la triple alianza solo comprendiendo el tema identitario, claro está, ni es la misión de este libro desentrañar los agujeros negros que aún perduran alrededor de las mismas. Thomas Whigham necesitó tres volúmenes para narrarnos la guerra; Francisco Doratioto uno, pero de más de 600 páginas. E igualmente el ciclo no está cerrado. Los últimos trabajos de Juan Carlos Garavaglia sobre la relación guerra-presupuesto-Estado complementan desde otro ángulo esta obra de Baratta.
Se inició como tesis doctoral, se fue ampliando con más investigaciones y entre medio la historia de Julia Echagüe. Este libro escrito por María Victoria Baratta se presenta como imprescindible tanto para los que estudian la guerra del Paraguay, la guerra Guasu, como para quienes hacen de la construcción identitaria su objeto de estudio.
Para los que estudiamos la historia del Paraguay afincados en Argentina, esta obra es de consulta obligatoria.
Introducción
Las guerras más cruentas son difíciles de explicar. Con toda razón, nunca resultarán suficientes los motivos que provocan masacres y ello en parte desencadena la enorme seducción que ejercen las teorías conspirativas al momento de interpretar estos sucesos. El desbalance entre las motivaciones y las consecuencias provoca a menudo poner en primer lugar las segundas para tratar de entender las primeras. Pero no es así cómo se desarrolla la historia. Causas en apariencia pequeñas han desatado guerras enormes. Al comenzar una contienda bélica nadie conoce la dimensión que puede llegar a adquirir en un futuro. ¿Quién podía adivinar que el asesinato de un archiduque serbio provocaría la primera guerra de dimensiones mundiales? Es relativamente sencillo establecer el inicio de una contienda pero es mucho más difícil saber cuándo llegará a su fin. Los conflictos se vuelven más largos de lo esperado, involucran más actores que al comienzo y eso modifica sus alcances y dinámicas. En ocasiones el horizonte no llega a vislumbrarse, los pedidos de paz se frustran.
La Guerra del Paraguay no fue diferente en este sentido. Entender sus orígenes y desarrollo implica comprender parte de la compleja historia previa de la región. Se trata de conocer un escenario de conflictos de largo alcance sobre los que alguna decisión, en apariencia nimia, pudo ser el detonante del inicio de una contienda cuyas consecuencias nadie podía avizorar. La conquista de territorios, el control de vías de comunicación, el acceso a recursos naturales estratégicos y las disputas limítrofes son factores que desencadenaron números conflictos armados durante el siglo XIX. La Guerra de México y Estados Unidos y la Guerra del Pacífico son algunos ejemplos en América. Aunque estas causas de las contiendas podían ser relativamente comunes, las magnitudes eran variables y las consecuencias, a veces, excepcionales.
La Guerra del Paraguay o Guerra de la Triple Alianza fue un conflicto bélico que tuvo lugar entre 1864 y 1870. Enfrentó a los tres países signatarios del Tratado de la Triple Alianza –Brasil, Argentina y Uruguay– contra Paraguay. Las primeras batallas se situaron en escenarios de los países aliados pero hacia 1866 la guerra pasaría a pelearse de manera definitiva en territorio paraguayo. Miles de personas murieron durante esos años a causa de las batallas y también de las epidemias y el hambre. Paraguay fue el gran perdedor y quedó devastado económica, territorial y demográficamente.
Dilemas morales
La historia es un conocimiento del pasado producido a través de restos conservados y de las preguntas del presente. Ella no busca verdades absolutas, sino verdades situadas. Pensar en las posibilidades que se abrían ante cada paso nos permite quebrar la certeza de lo avenido, quitarle fatalismo a la historia y ampliar sus explicaciones e interrogantes. Esto no significa desarrollar relatos contra fácticos sino plantearse los caminos alternativos que finalmente no se tomaron con el objetivo de pensar mejor el sendero que efectivamente se transitó. En el caso de la Guerra de la Triple Alianza, un acuerdo paraguayo-federal, una firma de paz temprana y un enfrentamiento bélico entre los aliados fueron algunas de las hipótesis barajadas.
Las guerras decimonónicas rioplatenses pueden interpretarse en sentido bidireccional: han sido, como lo afirmó Clausewitz (1832), la continuación de la política por otros medios pero también fueron creadoras de política, de los estados en formación (Rabinovich y Zubizarreta, 2013). Durante el transcurso de la contienda de la triple alianza se conjugaron características propias de la violencia colonial con las de la tecnología bélica ligada a la modernización estatal: la explotación y el avasallamiento de comunidades se combinaron con la masacre de civiles y prisioneros y con el saqueo. Al finalizar la guerra habían muerto decenas de miles de soldados del ejército aliado. La magnitud de víctimas fatales en Paraguay tuvo una escala mucho mayor: más de la mitad de la población paraguaya pereció a causa del conflicto. La escalada de violencia se volvió imparable y factores externos al campo de batalla agravaron la situación. Como señaló el historiador Luc Capdevila (2010), Paraguay sufrió una guerra total, un evento referencial, una experiencia incomparable a los efectos que también sufrieron los países aliados.
El estudio de la guerra como fenómeno histórico plantea con frecuencia algunos dilemas para el investigador. En este caso, el efecto de guerra total sobre el perdedor ha generado fuertes debates morales sobre los abordajes históricos del conflicto. A menudo la nacionalidad de los investigadores es tomada como un argumento. Este libro no tiene como objetivo constitutivo elaborar un juicio moral sobre la contienda, ni busca una reparación de lo que ya sucedió. Tampoco considera que el lugar de nacimiento del investigador sea determinante para el análisis. Es cierto que el historiador no puede desligarse absolutamente del contexto en el que se forma y escribe, pero debe acercarse al conocimiento de su objeto de estudio lo más alejado que le sea posible de sus preconceptos y de la tentación del anacronismo. Se trata de intentar comprender el cómo y el porqué de lo que pasó, no de lo que debería haber pasado o de cómo se podría remediar lo que sucedió. Los más de 150 años que nos separan del inicio de esta guerra contribuyen en favor de la perspectiva histórica profesional.
La memoria sobre esta contienda permea el espacio público, el sentido común, las celebraciones y las disputas políticas actuales en Paraguay. Allí la guerra no es conocida como la Guerra del Paraguay sino como Guerra de o contra la Triple Alianza o Guerra del 70 o Guerra Guasu, que en guaraní significa Guerra Grande. En Argentina se la conoce como Guerra del Paraguay y así la han llamado también los historiadores que han escrito para denunciar los crímenes de la contienda. Puede pensarse que el nombre Guerra del Paraguay relega la responsabilidad aliada. Sin embargo es posible asumirlo como una alusión al espacio en el que se peleó mayoritariamente la guerra o como una referencia a quien fue el principal perjudicado. También puede entenderse como una resistencia a un invasor externo, la guerra que libró el Paraguay. Muchas guerras de la historia tienen diferentes nombres, se ponen en juego allí las representaciones de la historia de cada nación. Este libro tomará todos los nombres de la guerra como sinónimos y no se detendrá en esa polémica ni tampoco pretenderá cerrarla. Se eligió Guerra del Paraguay para el título del libro porque varios actores de la época así la denominaban –muchos de ellos opositores a la guerra– y porque se trata del nombre más conocido en el lugar de publicación. Utilizar exclusivamente el nombre de Guerra contra Paraguay denota un rol más pasivo del país gobernado por López que no se ajusta con los hechos. Ocurre lo mismo con su opuesto Guerra Contra la Triple Alianza. Se utilizarán todas las denominaciones como sinónimos en la medida en que también han sido utilizados por todos los actores involucrados en el conflicto.
La Guerra del Paraguay fue la contienda bélica en la que pelearon y fueron víctimas más argentinos, paraguayos y brasileños en toda la historia de esos países. La sobredimensión de los análisis sobre las resistencias y las teorías conspirativas obturan la capacidad de analizar la guerra que efectivamente tuvo lugar y que no fue menor. Comprender las motivaciones de esos actores, la larga duración y la contingencia que fue marcando el ritmo de los acontecimientos no es adherir a lo que sucedió. Es proponer una mirada de frente al problema. Las consecuencias penosas de la guerra pudieron incidir en reparar más sobre las oposiciones que sobre los apoyos. Sin embargo el conflicto tuvo lugar y nos interroga por ambas dimensiones.
Comunidades imaginadas
Las guerras decimonónicas pueden pensarse como motor de la formación y transformación de los estados nacionales (Tilly, 1993) y como eventos que develan el entretejido político, cultural y social (Mc Evoy, 2011; Thibaud, 2003). A partir de estas premisas el libro se propone analizar las representaciones de la nación en el discurso de las elites intelectuales y en algunas manifestaciones de la cultura popular durante la Guerra de la Triple Alianza. Si bien el caso de estudio se focaliza principalmente en Argentina no se limita a analizar solamente a lo que allí ocurrió, si no que se tienen en cuenta las relaciones con otros espacios nacionales y regionales. El libro profundiza en las representaciones sobre y desde los otros países beligerantes, a fin de poder establecer en qué medida estas relaciones de alianza y oposición contribuyeron a la conformación de identidades político-comunitarias en Argentina y en la región. El diálogo con las fuentes y con la historiografía de los países involucrados, y con la producción sobre la guerra que se ha generado en otros lugares del mundo, está presente durante todo el trabajo. Se incorporan al análisis otro tipo de identidades político-comunitarias como las partidarias, provinciales, regionales y americana concebidas como todo lo que caracteriza y distingue a un grupo de seres humanos que invoca para sí una referencia de índole política, territorial, histórica y/o cultural.
Este libro entiende a la nación a partir de la definición que proporciona Benedict Anderson en su trabajo Comunidades imaginadas. La nación puede concebirse como “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (Anderson, 1983: 23). La nación es imaginada porque sus miembros no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, pero sin embargo tienen presente en la mente la imagen de su comunión. Para Anderson las comunidades no deben distinguirse por su falsedad o legitimidad, sino por el estilo con el que son imaginadas. La nación es comunidad porque a pesar de las desigualdades abismales que pudieran atravesarla, existe un compañerismo profundo, horizontal que puede llevar las personas a matar y morir en su nombre, por ejemplo, en una guerra.
Recientes investigaciones han cuestionado el papel exclusivo que Anderson otorgó a la alfabetización y los materiales impresos en el proceso de formación de la nación. Se ha hecho hincapié en la necesidad de complementar el estudio del discurso de las elites con el estudio de la cultura popular. Aunque este campo no formó parte de mi tesis sobre elites letradas durante la guerra se incluirá esta perspectiva durante el libro, en sintonía con la de otros trabajos recientes. Se propone entonces un análisis sobre elites letradas que tiene en cuenta también algunas representaciones de la cultura popular, fundamentalmente a partir de la experiencia en el frente de batalla.
Antecedentes
La independencia, el período rosista y la Revolución de Mayo, entre otros temas, han recibido la mayor parte de la atención de los historiadores que se especializan en el siglo XIX de la región del Río de la Plata. Se trata de trabajos que han renovado la historiografía al ofrecer interpretaciones rigurosas, complejas y matizadas sobre la historia. La Guerra del Paraguay ha sido objeto de algunas interesantes renovaciones en las últimas décadas aunque los trabajos en Argentina son escasos en relación a los publicados en otros países.
Con sus diferencias y matices, la perspectiva del relato militar y/o diplomático, dedicado a edificar héroes nacionales y responsabilizar casi exclusivamente a Francisco Solano López por la guerra, fue la dominante y casi excluyente en la historiografía argentina hasta la década de 1950. A mediados de siglo XX estas visiones comenzaron a ser cuestionadas por la corriente conocida como revisionismo histórico. Aunque con sus diferencias, estas interpretaciones estaban motivadas por la búsqueda de impugnación a la tradición liberal mitrista. En los últimos años se presentaron algunos avances respecto del estudio del impacto de la guerra en Argentina. Estos trabajos han integrado algunas perspectivas promisorias. Se trata de escritos algo esporádicos, aunque siempre valiosos, que contrastan con el interés más ordenado y sistemático que han despertado otras temáticas rioplatenses en los investigadores.
La incidencia de la guerra en el proceso de formación de la identidad nacional fue tomada mayormente como un dato y no como un problema. A partir de esta relativa vacancia, se generan algunos interrogantes: ¿Cómo se buscó legitimar una guerra de dimensiones nacionales? ¿Quiénes presentaron una oposición clara y qué representaciones pusieron en juego? ¿Qué otras posturas aparecieron y cómo incidió el desarrollo de la guerra en ellas? ¿Cuáles fueron las representaciones mutuas con Paraguay? ¿Cómo se justificó la alianza con Brasil? ¿Cómo incidió la guerra en la mentalidad de aquellos que tuvieron que pelearla? ¿Y en los que se resistieron a hacerlo? ¿Qué rol desempeñó Uruguay durante el conflicto? ¿Cuál fue el papel de Gran Bretaña? Para responder estas preguntas se tendrá en consideración que los términos utilizados en el debate público durante la contienda no fueron unívocos, ni se ubican en continuidad con el significado que hoy podemos atribuirles (Palti, 2007; Goldman, 2008). El análisis se centra en el período de duración de la guerra aunque en ocasiones habrá referencias a períodos anteriores y posteriores en la medida que faciliten la compresión de los argumentos principales.
Estructura y recorrido
El libro se compone de cinco capítulos. En el primer capítulo se ofrece un resumen y reflexión de las causas del conflicto y una síntesis de su desarrollo. Este apartado no proporciona una historia militar del conflicto ni detalla cada una de las batallas sino que construye un relato acotado cuyo objetivo es proporcionar los conocimientos necesarios para entender las referencias a la contienda a lo largo del libro.
En el capítulo dos se desarrolla el análisis del impacto de la guerra en el debate sobre la identidad nacional argentina y otras identidades político-comunitarias. Se puede observar un resurgimiento del mismo en los primeros meses de la contienda y evidenciar los diferentes grupos políticos y sus posicionamientos respecto a la guerra . Se abordan además las representaciones en el frente internacional y en el interno.
Las representaciones de Paraguay y Brasil como “otros” fueron nítidas y recurrentes en el debate público y en el frente durante la contienda. El capítulo tres aborda las representaciones sobre Paraguay esgrimidas durante la guerra, principalmente en el debate argentino, aunque también son tenidas en cuenta las divulgadas en Paraguay y en los otros países beligerantes. Paraguay se presenta en la mayor parte de los discursos locales como lo que Argentina no es o no debería ser. Se distinguen las representaciones del pueblo paraguayo y de su presidente y se analizan diferentes miradas y fuentes. En el capítulo siguiente, el número cuatro, se propone el mismo ejercicio pero con Brasil. Un tradicional rival que aparece como aliado en esta guerra de dimensiones hasta ese momento desconocidas y que proporciona una de las claves para comprender la resistencia local a la contienda. Las representaciones, tanto de Paraguay como de Brasil, fueron determinantes en la construcción de identidades durante la guerra en Argentina.
Por último el capítulo cinco abarca dos casos en apariencia opuestos, el aliado simbólico y el aliado oculto todopoderoso, Uruguay y Gran Bretaña, respectivamente. El libro finaliza con algunas conclusiones que intentan dejar asentados los resultados principales y a la vez abrir nuevas perspectivas e interrogantes.